martes, 12 de octubre de 2010

Ficción científica y Ciencia


"Ciencia ficción" es una expresión redundante. Pretende distinguir un género épico, novelístico o cuentístico, por un lado, de la ciencia real, por el otro. Pero tal vez, en español, tendríamos que decir "ciencia fantástica" más que "ciencia ficción". Si por ficción entendemos un acto de fingimiento de sucesos reales, toda hipótesis científica es un fingimiento y por tanto una ficción.

Como se sabe, Newton intentó sustituir el poder constructivo de las hipótesis, por el principio de inducción (o de transducción), que extrae proposiciones inobservables de fenómenos observables. Pero, como han percibido sus críticos, la célebre proposición newtoniana "yo no finjo hipótesis" es falsa en la epistemología del sistema newtoniano, que emplea sin escrúpulo hipótesis, tanto mecánicas como metafísicas (espacio y tiempo absolutos) y metodológicas (el principio de inducción, según la cuarta regla del filosofar expuesta en el Libro III de los Principios matemáticos de la filosofía natural, 1687).


En realidad, la materia prima de todo tipo de creación e invención humanas, tanto de las artes como de las ciencias, es la imaginación. "Sin ésta no se podría elaborar ni la más simple teoría científica ni la más tosca obra de arte" (I. Gómez de Liaño. Breviario de filosofía práctica, Siruela, 2005, pg. 134). Sin embargo, como el autor citado nos aclara, la ciencia y el arte hacen un uso muy distinto de la imaginación. A la ciencia, la imaginación le permite construir conceptos, hipótesis y teorías, con vista a un conocimiento exacto y razonado de cosas y procesos; mientras que el arte está interesado en las connotaciones simbólicas, en la carga afectiva y emotiva de las imágenes. La ciencia es emotivamente ascética: para la ciencia, las adherencias afectivas carecen de interés, son irrelevantes. Por eso la ciencia es fría, objetiva y rigurosa; y el arte, cálido subjetivo y fantástico.

Lo que importa aquí señalar es que en la medida en que podamos llamar ficción al fingimiento imaginativo de entidades, leyes, fuerzas, etc. toda ciencia es, al menos en parte, ficción científica. Por ejemplo, cualquier ciencia que usa las matemáticas para acreditar exactitud y certeza presupone (finge) que el mundo está bien ordenado, y que ese orden posee cierta continuidad espacial y/o temporal. En efecto, sólo si todo conjunto puede ser bien ordenado, entonces y sólo entonces podemos asegurar que cada conjunto tiene un tipo de orden (un ordinal) y una cardinalidad. Cantor se desesperó intentando probar este principio sin conseguirlo.

Probar el principio del "buen orden" sería acaso como probar la existencia de Dios, siempre y cuando por "dios" entendamos algo suficientemente abstracto y universal, desnudo de cualquier rasgo histórico o étnico. El análogo subjetivo de un buen orden es, en efecto, una Computadora Universal, un Buen Ordenador, o mejor aún, un Superordenador Perfecto, un Supremo Ordenador.

A falta de pruebas empíricas al respecto, tan importantes y útiles suposiciones o hipótesis (científica y moralmente) no son obviamente más que ficciones, si bien puedan ser ficciones útiles y necesarias.

La conexión entre este principio del buen orden, y el axioma de elección (Axiom of choice) es metafísicamente fascinante. En el fondo, una ficción es eso: una invención, o sea, la elección de un mundo posible. Leibniz intuyó esto...

Empieza a llover, sobre la mesa limpia caen goterones formando un dibujo aparentemente irregular, decimos por eso que los goterones caen "al azar", pero la mente humana siempre puede hallar una función que relacione geométricamente las posiciones de dichos goterones, la ciencia empírica no puede renunciar a un modelo que explicaría, en función de causas físicas (presión, velocidad del aire, peso del agua, condensación, etc.), las relativas posiciones.

La suerte reparte las cartas, pero nosotros, que somos los jugadores e inventores del juego y de las cartas, les imponemos un orden, una regularidad. Que todo esto nazca de la invención no significa para nada que nazca de la arbitraridad o que las ciencias sean arbitrarias. La imaginación reproduce según un orden sensible, real. La imaginación no puede ir jamás -ni siquiera en su función fantástica- más allá de lo posible. En verdad, la imaginación combina, no crea; inventa, no realiza. Construye sus cestos con los mimbres que le otorga la realidad.

De todas maneras, la pregunta no es ociosa: Jugar a ese juego al que nos referíamos hace un momento, con cartas ordenadas por nosotros, ¿es reconocer un orden o imponer un orden?

La respuesta más cauta, a mi juicio, es: no se sabe. Un bando filosófico sostiene que la "realidad" se manifiesta directamente a los ojos; otro bando cree que el orden al que llamamos "realidad" no es más que una versión, una construcción cultural. Sean construcciones nuestras o percepciones reales, lo cierto es que el reconocimiento de un "isomorfismo", o sea, de una correspondencia formal, entre esos dos órdenes o estructuras (nuestra mente, o mundo interno; y el mundo físico, externo) proporciona ventajas considerables a la inteligencia humana, es base de la aplicacón tecnológica de la ciencia. Además, puede que sean tales percepciones las que generen significación y sentido.

Bibliografía
Douglas R. Hofstadter. Gödel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle, 1979.
Gomez de Liaño, Ignacio. Breviario de filosofía práctica, Siruela, Madrid, 2005.

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