domingo, 22 de mayo de 2011

La Madre de las Musas

Ortega dijo una vez que lo que nos distingue de las bestias no es la inteligencia, sino la memoria, que el ser humano es, sobre todo, el animal memorioso. Gracias a esos ecos y reminiscencias que nos devuelve la memoria, lo que aconteció en el pasado está vivo en el presente. La memoria –como explicó Ignacio Gómez de Liaño- añade un “aura simbólica” que hace del tiempo un horizonte propiamente humano: el hombre debe a su facultad de recordar el vivir no sólo en medio de objetos estimulantes, sino también en convivencia con objetos y seres significantes. ¿Sería la memoria una imaginación referida al tiempo?


Desde siempre, ese ámbito de la representación espaciotemporal(imaginación y memoria) es la fuente donde hace nido lo maravilloso: los viejos relatos sobre la creación y el destino, sobre el bien y el mal. No sólo recordamos vivencias y emociones adheridas a ellas, sino también creencias y aún realidades soñadas, mitos y fantasías.


“La memoria no pertenece sólo al mundo de los hechos, sino también al de las invenciones humanas. Así como mediante la historia el grupo conquista su pasado colectivo, asimismo mediante la memoria el individuo conquista su identidad según la configura su pasado individual”. (I. Gómez de Liaño. El idioma de la imaginación, 37s.).



Fácilmente, si el tiempo presente se vacía, acuden en nuestro auxilio, para llenarlo, los recuerdos. Sucede a los viejos. Olvidan donde dejaron hace un momento las gafas, pero recuerdan con nitidez asombrosa lo que pasó hace más de medio siglo.


Una función vital


La memoria es una función general de toda materia orgánica (Ewald Hering). Se ha definido a la memoria como el principio de conservación en la mutabilidad de todo acaecer orgánico. Memoria y herencia son así dos aspectos de una misma función vital, función de representación y comunicación. Cualquier animal tiene memoria, esto es, conserva información y la transmite. Todo ser vivo porta en cada célula de las que le constituyen una memoria genética en que se recapitula la evolución de su estirpe y, en cierto sentido, la evolución del universo hasta su misma existencia como entidad individual. Nuestro cuerpo es un monumento vivo del pasado en que se conservan los avatares de la vida.


Los antiguos griegos consideraron a la Memoria (Mneme, Mnemosine) como una diosa virgen, madre de las Musas. No es de extrañar. En una cultura sin registro escrito (y los griegos no escribieron hasta el siglo VIII a. C.) la memoria era la depositaria de la sabiduría, el registro viviente de la historia. Eran los poetas, sobre todo, los encargados de transmitir esa memoria viviente de la edad dorada de los dioses y los héroes, para dar sentido así al presente y orientar el futuro.



Como ha explicado J.-P. Vernant, los aedos, bardos o vates antiguos sacralizaban la memoria y empleaban métodos de memorización (mnemotecnias) muy precisos, ritualizados, donde la memoria es una omnisciencia de carácter adivinatorio, un saber mántico definido por la fórmula “lo que es, lo que será, lo que fue”, dichos métodos les permitían recitar-cantar largos poemas ante un público que no contaba todavía con formas de catarsis y entretenimiento como el teatro o la televisión. La memoria aseguraba al poeta el desciframiento de lo invisible y el contacto con el mundo de los muertos.


Hay un profundo valor psicológico en el hecho de que se atribuya a la diosa Memoria la dirección del coro de las musas, símbolos del arte, pues ningún arte, incluida la ciencia, es posible sin memoria. En este contexto, no es sorprendente que Platón considere el acceso a la verdad como un tipo de reminiscencia de las ideas, en el sentido de que saber es, básicamente, poder recordar. En su teoría de la anamnesis hay un claro eco de la concepción poética y religiosa de la Alétheia (verdad), solidaria de la sacralización de la Memoria como potencia divina.


Para el gran psicólogo C. G. Jung, la memoria es una función de orientación interna. “Lo que llamamos memoria es una facultad de reproducción de los contenidos inconscientes”. Vista desde la conciencia, nuestra capacidad para recordar resulta bastante pobre. La estrechez de la conciencia no nos proporciona sino algunas representaciones simultáneas. Pero si observamos durante más tiempo la cantidad de recuerdos capaces de aflorar a la conciencia en circunstancias propicias, constatamos que este espacio interior contiene riquezas mucho más abundantes de las que imaginábamos.


En sus Confesiones, San Agustín se referió a “los anchurosos palacios de la memoria” y a sus “sombrías y profundas, inextricables y tortuosas galerías”:



“donde están atesoradas las innumerables imágenes que acarrearon las percepciones multiformes de los sentidos. Allí mismo está recondido todo aquello que pensamos, ora aumentando, ora disminuyendo o modificando de una u otra manera lo que el sentido percibió, como también cualquiera otra cosa que se le encomendó y se le confió como en depósito, si es que aún no la borró la desmemoria o la sepultó el olvido”.

Normalmente no podemos representarnos la totalidad de nuestros recuerdos, salvo en estados de gran estrés, como el que se produce en un accidente o en la agonía que precede a la muerte. Entonces puede que toda nuestra vida pase a nuestros ojos en fracciones de segundo (fenómenos de hipermnesia).


Es evidente la estrecha relación entre la memoria y el sentido de la propia identidad, que perdemos cuando la memoria falla (amnesia). Si perdemos la memoria, no sabemos quiénes somos. La idea del yo es tanto más estable y constante cuanto más la referimos a un pasado recordado y propio. En ese “glorioso alcázar de mi memoria –explica San Agustín- me encuentro conmigo mismo y me acuerdo de mí, de lo que hice, cuándo y dónde lo hice, y qué efectos experimentaba en el momento de hacerlo”… “Grande es, Dios mío, esta fuerza de la memoria; grande en exceso; santuario ancho e infinito. ¿Quién llegó al suelo de su profundidad? Y esta fuerza lo es de mi espíritu y pertenece a mi naturaleza, y ni yo mismo alcanzo a comprender la totalidad de lo que soy”.


El filósofo David Hume declaró que, al contrario que la imaginación, la memoria guarda imágenes más vívidas y fuertes en el mismo orden y forma que las impresiones originales, admite gran variedad de grados y es fuente de la identidad personal, que no produce, sino que descubre, pero es la facultad que -según el escocés- menos importancia tiene en la formación del carácter moral de las personas.


Nuestros primeros recuerdos casi nunca son anteriores a los tres años. De la mano de las facultades representativas, imaginación y memoria, hermanas siamesas, vamos adquiriendo una imagen más o menos estable de nosotros mismos, hecha tento de recuerdos como de ilusiones y fantasías. La filosofía del siglo XX ha puesto de manifiesto la estructura narrativa de la personeidad o, por decirlo así, el cuento que somos. Para que nuestras vivencias cobren sentido han de integrarse en un relato personal. Como indica el término "bio-grafía", nuestra vida es una historia singular a la que debemos dotar de sentido para que nuestra vida adquiera valor ante nosotros mismos.


La memoria es mucho más que un simple “almacén del alma”. Y sin embargo, es una facultad con “mala prensa”. Menéndez Pelayo la llamaba “el talento de los tontos”. Quienes no comprenden, que por lo menos memoricen, ¡que aprendan de memoria! Sin embargo, la memoria no funciona bien, a no ser que asocie, a no ser que sea una memoria significativa. Y la inteligencia sin memoria no tiene material con que operar, es como un hardware sin software. Y no hay inteligencia que valga sin memoria, como no hay ciencia sin erudición. Pascal, el famoso matemático y filósofo francés, dijo que “todas las operaciones de la mente necesitan de la memoria”. La memoria es el músculo de la inteligencia, y como tal, puede fortalecerse con el ejercicio o reblandecerse por inactividad, o por la ingesta de venenos (alcohol, drogas).


La memoria es la base del aprendizaje, saber es en grandísima medida recordar o, más precisamente, poder evocar y asociar representaciones mentales voluntariamente. La memoria es, desde un punto de vista psicológico, la capacidad “imaginativa” de retener, conservar y almacenar representaciones.


Toda acción aprendida y ejecutada deja en el organismo una huella o engrama. La repetición favorece la perdurabilidad del recuerdo o del hábito adquirido. Ciertas conductas muy repetidas resultan mecanizadas hasta el punto de que el cuerpo es capaz de realizarlas sin el concurso de la conciencia. El conductor experto no piensa dónde están los pedales del acelerador o del freno, pero los usa con pericia. Almacenamos inconscientemente, aunque no nos lo propongamos, mucho más de nuestra experiencia de lo que creemos. A veces, una nueva vivencia actualiza recuerdos que creíamos perdidos para siempre, como un anzuelo que tira de un pez que habita en las profundidades oscuras de nuestra mente, y un recuerdo llama a otro, como el cabo de una cereza que se entrelaza con otros (fenómeno de la "magdalena de Proust")…


“Cuando contraemos un hábito, imprimimos una experiencia en la cera tangible, carnal, del cuerpo, a fin de que éste se encuentre bien dispuesto en el momento en que queramos hacerle obrar conforme a lo que una determinada situación o escenario exija. En la formación de la persona, tan importante como el recuerdo es el hábito. Sin ambos el hombre no sería suficientemente hábil para sobrevivir, ni siquiera para ser él mismo. El recuerdo y el hábito son las dos ruedas que hacen avanzar el carro de la persona” (Gómez de Liaño.  Breviario de filosofía práctica. Siruela, Madrid, 2005.)




Factores y división de la memoria


La capacidad de almacenamiento y evocación de lo percibido (que no equivalen) dependen de una serie de factores:


a) la intensidad de los estímulos representados.


b) su carga emotiva. “Cuanto mayor es su impacto emocional, tanto más fuertemente se fijan las cosas en la memoria” (Gómez de Liaño).


c) la repetición.


d) la novedad.


e) la atención prestada.


f) el interés.


En general, la experiencia o el material de estudio se recuerdan mejor en la medida en que son inteligibles y claros, y están mejor ordenados.


La memoria se puede dividir según distintos criterios:


a) por la duración de la retención: memoria a corto y a largo plazo. La memoria a corto plazo es la que usamos cuando retenemos un número buscado en la guía de teléfonos, lo marcamos y en seguida lo olvidamos.


b) por el sentido del que procede la representación: memoria visual, auditiva, olfativa, táctil… En la mayoría de sujetos predomina la memoria visual. De ahí que la configuración visual del material que hemos intentado memorizar nos ayude a reproducirlo en un examen. Pero en algunos sujetos predomina la memoria auditiva, con lo cual les favorece repetir en voz alta las lecciones, de modo que las memorizan mejor oyéndoselas a sí mismos o a otros.


“En la reviviscencia de los estados anímicos hay notables diferencias de tipo objetivo-afectivo, pues a menudo hemos sentido que los qualia auditivos tienen una relación más directa y fuerte con los estados afectivo-emotivos que los visivos, y que en los olfativos, gustativos y táctiles hay una conexión con estados de ánimo especialmente profundos que en vano se buscarán en los de tipo visivo, que son los más intelectuales, o en los auditivos” (Gómez de Liaño).


c) la más importante división de la memoria es la que hacemos en función de su grado de asociación a la inteligencia y otras facultades superiores: la memoria mecánica es memoria pasiva sin conciencia ni comprensión y procede por acumulación de elementos sensibles; por el contrario, la memoria significativa o comprensiva es la capacidad de recordar no solo los datos representativos, sino también sus mutuas conexiones formales y asociaciones lógicas, al menos las más pertinentes, que son las más generales y abstractas, de modo que puede reconstruir y reelaborar activamente –creativamente- el material fijado. La memoria mecánica es puro hábito físico, mientras que la memoria significativa retiene y recrea el sentido de lo recordado integrándolo en el resto de estructuras cognitivas de la mente.


El olvido


En el progreso, en la innovación, por radicales que sean, está presente el pasado recordado. Los maestros –dice G. Steiner- protegen e imponen la memoria, Madre de las Musas. Sin memoria histórica es difícil que sepamos quiénes somos, dónde estamos y adónde podemos dirigirnos. En nuestros días, nuestra memoria poética está más dominada por las proclamas publicitarias y los eslóganes políticos, que por los verbos irregulares o la lista de los Reyes Godos, una memoria, queramos o no, manipulada por los medios masivos de comunicación, orientada hacia los imperativos del consumismo y marcada por sus consignas. Por eso es tan grave la decadencia catastrófica de la memorización en nuestra educación contemporánea. La misión de los maestros, a fin de cuentas, no es "comernos el coco", sino devolvérnoslo.


El olvido puede ser un alivio. Si no los mandáramos a paseo, los recuerdos no nos permitirían atender a las cuestiones presentes. Es difícil perdonar si no estamos dispuestos a olvidar la ofensa sufrida. La vida sería insoportable si no pudiésemos olvidar los momentos de vergüenza, de humillación, de angustia o de dolor que hemos pasado. Todo tiempo pasado puede parecernos mejor (como cantaba el poeta Jorge Manrique), pero eso es una ilusión de la memoria, creemos que el pasado fue mejor porque mejoramos nuestro pasado al olvidar lo peor. Sin querer, cada vez que recordamos el pasado lo transformamos en el sentido que más nos favorece, así como el novelista transfigura lo vivido dando vida y verosimilitud, pero también novedad a sus invenciones.


Olvidamos sin querer debido a una fijación deficiente, como el estudiante que ha hecho una lectura superficial de la lección y no la ha trabajado personalmente, subrayando, resumiendo, construyendo esquemas, releyéndolos, recitándolos en voz alta, etc. Abandonamos hábitos por desuso a no ser que se hayan aprendido muy profundamente (como a nadar o a montar en bici). Olvidamos por interferencias. Lo que aprendimos mal interfiere el buen aprendizaje, las asignaturas se mezclan entre sí, y el resultado es una buena “empanada mental”. 

También la represión causa el olvido, igual que la ansiedad o el nerviosismo. Recordamos peor cuando el cerebro está sujeto a una gran tensión, no hemos dormido las horas necesarias, estamos muy fatigados, nos alimentamos inadecuadamente, etc. Por otra parte, el abuso de narcóticos acelera considerablemente el deterioro de la memoria. Este es el motivo de que algunos quieran ahogar sus penas (malos recuerdos) con alcohol, olvidándose también de que las penas, a menudo, "saben nadar"…


Todas las ayudas a la memoria y las fórmulas mnemotécnicas se basan en la asociación de sonidos, ideas o imágenes. “Eurípides, no te Sófocles, que te Esquilo”, con esta frase memoricé hace muchísimos años el nombre de los tres trágicos griegos. Además, sé que aparecen en la frase en orden inverso al de su cronología: el más antiguo es Esquilo y el más moderno Eurípides...


La memoria no es un estado, sino un proceso. Recuerdo y hábito son las dos formas principales de la memoria, ¿qué chistes son los que nunca olvidamos? Los que nos han hecho gracia (interés emotivo), los que hemos contado enseguida a alguien (práctica) y los que repetimos cada cierto tiempo (repaso). Por eso, para sacarle fruto al tiempo que dedicamos al estudio tenemos que organizarnos…


Antes: Interesándonos y automotivándonos a favor de la materia que debemos estudiar, para hacérnosla atractiva; hábitos equilibrados de alimentación y descanso; autoconfianza en nuestra capacidad; un espacio tranquilo, sin distracciones…


Durante: Organizar y clasificar la información. Relacionarla, asociarla, ver su utilidad. Buscar palabras en el diccionario, hacer esquemas y mapas conceptuales, extraer palabras o frases clave, repetirlas. Espaciar los periodos de estudio, dándonos refuerzos o premios al final de una tarea bien hecha…


Después: Repasar de forma sistemática y periódica, pensar en ello sin el libro, el monitor, ni los papeles delante, autoevaluarnos, conversar y preguntarnos sobre ello…


La filosofía práctica como mnemónica


Ignacio Gómez de Liaño insiste en su filosofía práctica en que no se puede ser persona sin cultivar las facultades representativas: memoria e imaginación. Por eso, la filosofía práctica puede llamarse también mnemónica, o icástica por la importancia que otorga al cultivo de la imaginación. Sería así una rama de la filosofía general (noética), siendo la otra la filosofía teórica o lógica.


La mnemónica se divide en enciclopedística, simbólica y prosopología. La enciclopedística  enseña a formar enciclopedias mentales; la simbólica investiga los tipos de símbolos más adecuados para la potenciación y armonización de las funciones mentales; y la prosopología enseña los rasgos icónicos más expresivos de los diferentes caracteres.

Según Gómez de Liaño, mientras que, a lo largo de la historia, la filosofía teórica se ha desarrollado sin interrupción, la filosofía práctica ha sufrido largos periodos de eclipse, ya porque la religión no quería competencia formando conciencias, ya porque las modernas psicoterapias y el psicoanálisis la han ignorado, ya porque los tiempos eran poco propicios al cultivo de la memoria y la imaginación. En su Breviario de filosofía práctica, Gómez de Liaño, aprendiendo de esquemas y diagramas gnósticos y maniqueos, del filósofo renacentista Giordano Bruno,  o de los mandalas budistas, introduce la mnemónica como saber de los objetos imaginales y como un conjunto de artes aptas para la formación de la persona y la conservación de su lógica, tanto en sus componentes afectivos como cognoscitivos.

Texto para comentar

En un cuento de Borges, su personaje Ireneo Funes, como consecuencia de un golpe en la cabeza, desarrolla una percepción y una memoria prodigiosas, como consecuencia de ello...

"Era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput descernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso"
 J. L. Borges. "Funes el memorioso", en Ficciones, Alianza editorial, 1982, pgs. 130-131.

- ¿Qué relación guarda el olvido con la formación de conceptos?


Bibliografía


San Agustín. Confesiones. Sopena, Barcelona, 1977.
José Biedma. Imágenes e Ideas, Gráficas Úbeda, 1997.
Marcel Detienne. Los maestros de verdad en la Grecia arcaica, Taurus, Madrid, 1981.
Ignacio Gómez de Liaño. El idioma de la imaginación. Ensayo sobre la memoria, la imaginación y el tiempo, Taurus, Madrid, 1992). Y Breviario de filosofía práctica, Siruela, Madrid, 2005.
Carl G. Jung. L’homme à la decouverte de son âme. Los complejos y el inconsciente. Alianza, Madrid, 1969.
George Steiner. En el castillo de Barbazul. Labor, Barcelona, 1976.

1 comentario:

Ana A dijo...

el desprecio de la memoria que hoy vivimos me parece un síntoma de decadencia histórica y cultural. Sin memoria no somos nada, lo que más me ha gustado de lo que has escrito es lo del carácter sagrado que se le atribuía en tiempos de los antiguos bardos y aedos, y aquellos métodos de memorizar utilizados por los antiguos de los que habla Gómez de Liaño en sus obras.
Hoy los datos se almacenan en computadoras, pero eso no es saber, la memoria es algo vivo y sólo tiene sentido dentro de un organismo viviente. Esa parte de la memoria de la estirpe y de la especie en la célula, es la base de toda memoria.
Atreverse a parangonar la memoria todo un reto hoy, si no queremos deslizarnos hacia la imbecilidad mas de lo que ya lo hacemos.