lunes, 10 de marzo de 2014

INTENCIONALIDAD

Intención

Se piensa que una propiedad esencial del acto específicamente humano es su intencionalidad. Se dice que ningún conocimiento actual es posible sin intención.

¿A qué llamamos intención?

La intención es la acción y el efecto de tender hacia algo. Psicológicamente, la intención organiza la acción desde los propósitos y los fines de esa instancia ejecutiva de nuestra personalidad que es el yo. En cierto sentido, opera "futurizamente", desde la conciencia de los efectos prácticos futuros de la acción.

La reflexión filosófica ha abordado la intención desde su aspecto lógico, gnoseológico o psicológico, de un lado; y desde su aspecto ético, del otro.


1. Aspectos lógicos de la intencionalidad

En la Escolástica (filosofía cristiana), la intención se describía como un modo de ser particular de la atención, un modo de ser que incluye un propósito o fin. Tomás de Aquino habló de formas y especies intencionales y de cómo el sujeto, gracias a su intención de conocer algo, se convierte en objeto sin dejar de ser sujeto: existencia intencional.

Brentano recoge el concepto de la Escolástica y habla de vivencias intencionales. Una vivencia es una experiencia que adquiere para nosotros valor y sentido simbólicos. Las vivencias son los elementos de que está hecha nuestra biografía, vivida como identidad personal, en relación a la imagen o idea que tenemos de nosotros mismos.

Husserl, padre de la Fenomenología (una importante escuela filosófica moderna), recoge el concepto y define la intención como una nota esencial de los fenómenos psíquicos y de los actos humanos. Para Husserl, intencionalidad es la propiedad de la vivencia o experiencia significativa de ser conciencia de algo, una “propiedad maravillosa” que se reveló en el cogito cartesiano (“pienso, luego existo”), pues pensar es siempre pensar algo: percibir, imaginar, recordar, inteligir algo. Incluso apetecer y amar es siempre desear algo, aunque sea "un no sé qué" o no se sepa bien qué sea. 

Amar, siempre refiere intencionalmente, también, al amado o la amada, sea este una cosa, una actividad, una mascota, una máquina, un humano, un ideal de humanidad, o Dios mismo (el "Amado" de Juan de la Cruz), y eso -como decía Machado- aunque el amado o la amada no hayan existido jamás. 

No se puede entonces amar sin intención. Por eso, tal vez, los padres de antes querían saber primero cuáles eran las "verdaderas intenciones" de los pretendientes de sus hijas… Pero tampoco es posible conocer sin intención: 'Nihil cognitum nisi volitum'. No es posible comprender la lección de filosofía sin la intención de hacerlo. Para comprender el comportamiento de otra persona, hay que querer entenderlo, poniéndose en su lugar, por ejemplo.

Collage de Max Ernst
La intencionalidad del pensar humano, frente al de las máquinas, expresaría así la necesidad de un correlato para todo acto consciente. ¿Serán las máquinas capaces algún día de actuar con intencionalidad o algo análogo? ¿Serán capaces de concebir propósitos propios?

No lo sabemos. Quizá los animales superiores sean capaces de actos intencionales como simular o cuidar...

¿Hay intencionalidad en los actos del resto de los animales?

Todo depende del grado de conciencia que les atribuyamos. 

Algunos filósofos de la mente usan la expresión “poseer intencionalidad” con el significado de “tener creencias, deseos, temores, etcétera”. Pero Husserl distinguía distintas especies de intenciones y, al lado de las intenciones teóricas, asociadas al conocimiento, están las intenciones volitivas que buscan, por ejemplo, algo distinto del conocimiento, como el poder, el placer o el bien común.

2. La intención moral

El problema de la intención moral es esencial en ética, porque el tipo de ética que se adopte dependerá mucho del valor que se le conceda a la intención. 

Con el claro antecedente del estoicismo, la éticas formales insisten en que ningún acto es en sí bueno o malo. Pongamos el caso extremo del homicidio. Evidentemente no es lo mismo de censurable matar a una persona por aburrimiento, odio o crueldad, que en defensa propia. No es lo mismo robar para comprar drogas que robar para comer y sobrevivir con ello. De hecho, el derecho penal incluye el hambre como un eximente de culpa.

Éticas formales. El dolo

Para Kant, campeón de la ética formal, no hay nada en este mundo que pueda ser en sí malo o bueno, salvo la intención de la voluntad. “Lo que importa es la intención”, decimos, cuando agradecemos una acción aunque ésta se haya malogrado o haya provocado un efecto perverso (quiso abrazarme, pero me dio un codazo). 

En el derecho penal se usa la expresión “dolo” para referir a la voluntad deliberada de cometer un delito, a sabiendas de su ilicitud.  En los actos jurídicos, el dolo implica la voluntad maliciosa de engañar a alguien o de incumplir una obligación contraída, y, lógicamente, es un agravante de la pena.

Se ha dicho también, sin embargo, que “el infierno está empedrado de ‘buenas’ intenciones”. Y esto porque muchas veces nos engañamos a nosotros mismos o engañamos a otros a propósito de cuáles sean nuestras verdaderas intenciones. Y es que nuestras intenciones pueden ser, al mismo tiempo, diversas y hasta adversas: complacer y obtener un beneficio económico, por ejemplo. Fácilmente, simulando, hacemos creer al interlocutor que la intención dominante (el beneficio económico) es secundaria, pero puede ser la principal. 

Dalí. Recuerda.

Éticas materiales. ¿La intención es lo que vale?

Al lado de las intenciones explícitas, estarían las “segundas intenciones”, las intenciones ocultas. Digo que “te amo”, pero en realidad lo que busco es aprovecharme de ti, que me lleves en coche, que me sirvas haciéndome las faenas feas..., etcétera. Por eso las éticas materiales insisten en que, a la hora de juzgar el valor de una acción, hemos de considerar no sólo la intención, sino también el acto en sí y su resultado

“Obras son amores, y no buenas razones”. Significa que los malos actos se acompañan muchas veces de “buenas palabritas”. Somos nuestras obras, pensaba Aristóteles. "Por sus obras los conoceréis", decía el mensaje cristiano. El ser humano deviene lo que hace, y no tanto lo que piensa y no hace, o que lo que cree erróneamente que hace. Porque los actos acaban siendo por repetición costumbres, y las costumbres constituyen lo principal de nuestro perfil o carácter moral.
Man Ray,1924, El violín

Nietzsche habló de tres etapas en el desarrollo moral de la humanidad:

a) el periodo pre-moral, en el que el valor moral de la acción dependía sólo de sus consecuencias.

b) el periodo aristocrático, en el que lo que importa es el origen y propósito de la acción, o sea su intención (su telos o finalidad consciente).

c) el periodo "ultramoral", en el que el valor de una acción depende precisamente de que no sea intencional, sino espontánea. 

El surrealismo explotó estéticamente esta idea en su noción de “escritura automática”, buscando con ello la expresión "ultramoral" del Inconsciente, instancia de nuestra personalidad más antigua que la conciencia moral (Super-yo).

Es evidente que el "espontaneísmo" puede servir a la pretensión de justificar estéticamente el crimen. Espontánea puede ser la acción cruel del niño, ayuna de cuidado, como la maleza que ahoga los rosales de un jardín si lo abandonamos. Desde un punto de vista ético es irrelevante que un impulso sea espontáneo o -si se quiere- natural. La perspectiva ética supone una elevación que juzga en situación tal impulso y, si es conveniente, lo contiene.

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